Amaneció en mi cuarto la
distancia
y vi que podía guardar en ella
una lágrima
que azulada brotaba del alma.
Y dolía el mar y dolía también
la cordillera
y dolía también el dolor del
otro extremo
y la lágrima, en la abstracción
de la distancia,
mojaba injusticias y empapaba
angustias.
Ni el vaivén de la palmera, ni
el celo de gorriones
entendían a la lágrima, en esa
distancia escondida,
y el murmullo citadino discurría
indiferente
sin fijarse en esa inmensidad
que absorbía mi cuarto.
Y esa agua salina de la lejanía
en tiempos
estaba aprisionada allí, dolor vivo,
ave en el mar, perdida en las
tinieblas.
Y había ojos brillando detrás de
las ventanas,
lejanos ojos y amados brillos,
mientras anochecía con la
envolvente intrusa
que recién se fue una tarde
feliz,
y liberó a la lágrima.
Publicado en mi libro "De poemas y de cantares". 2012
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